Henry Wallace, antecesor de la socialdemocracia de Bernie Sanders

La historia de EE.UU. tiene notables procesos que giran muchas veces de modo caprichoso. Por ejemplo se ha insistido que la experiencia de los últimos cinco años y de dos esfuerzos frustrados de Bernie Sanders para representar al Partido Demócrata  como candidato presidencial sería una excepcionalidad casi única en la historia considerando su auto denominación de “socialista”, y su programa de reformas. 

Pero en el siglo XX existe al menos otro instante claro, y también muy singular, de un político progresista de izquierda que alcanzó a tocar la cima del poder del estado más poderoso del mundo.

Corría 1939 y Franklin D. Roosevelt, el presidente que sacó adelante a EEUU de la que era hasta ese momento la mayor crisis económica que había vivido su país, y probablemente de todo el capitalismo a nivel mundial, requería nominar para un tercer periodo (único presidente que se le ha permitido gobernar cuatro mandatos consecutivos) a su acompañante en la vicepresidencia, y fijó la vista en Henry A. Wallace, el que hasta ese momento había sido un muy eficiente secretario de agricultura (aunque polémico con algunas medidas que le correspondió decidir e implementar) pieza clave en la coordinación, implementación y éxito de la llamada New Deal (Nuevo Trato) influenciada por la ideas macroeconómicas del académica británico John M. Keynes, que fue una reforma estructural que inyectó fondos públicos vía grandes obras civiles en la dañada economía que se encontraba en depresión.

Además, en ese momento el debate en la sociedad norteamericana era si debían o no involucrarse en la II Guerra Mundial que ya asomaba como el mayor conflicto bélico del siglo XX, discusión que ponía presión a aquellos que exigían la neutralidad o al menos la prescindencia respecto de las potencias europeas en beligerancia. Recién con el bombardeo japonés a la base naval de Pearl Harbor en diciembre de 1941, hubo una declaración de guerra de parte de EE.UU.

El papel de vicepresidente en ese sistema es más bien formal. Ejerce como presidente del Senado pero sin derecho a voto a no ser que deba dirimir un empate, pero su rol adquiere significación cuando el presidente no pude terminar su mandato por fallecimiento, renuncia o es apartado de su cargo por un juicio político.

Para el caso que quiero comentar, Henry Wallace fue un político más bien atípico. Pacifista y antifascista declarado, abogó contra la segregación racial y el voto de los afrodescendientes, y tempranamente por un seguro de salud universal. De las cosas que marcaron su gestión de vicepresidente fue su permanente solidaridad a la resistencia de la URSS de la invasión fascista, e impulsar la urgencia de abrir el frente occidente de los aliados, cosa que ocurrió recién desde junio de 1944 con el desembarco en Normandía.

Terminado el tercer mandato y, teniendo que confirmar su fórmula a la vicepresidencia, los sectores más derechistas del Partido Demócrata presionaron por excluirlo del cargo, en parte por la perspectiva de una delicada condición de salud de Roosevelt, y en parte por la idea de que en caso que no terminara su  periodo, tener un presidente pro-soviético y de izquierda (para los estándares norteamericanos) simplemente no era posible para aquellos que conspiraban.

El asunto lo resolvió un convaleciente Roosevelt, quien no pudo resistir la presión y nominó al que casi un año después sería su reemplazante, el senador Harry S. Truman.

Posteriormente Wallace fue designado secretario de comercio y año después entró en abierto conflicto con Truman por el papel de EEUU frente a la naciente guerra fría, siendo expulsado del gobierno.

Años más tarde, encabezó una campaña presidencial independiente con el apoyo de un abanico de intelectuales de izquierda, incluso la adhesión del Partido Comunista de Estados Unidos, pero quedó relegado en una cuarta posición con poco más del 2% de los votos.

Si miramos desde la perspectiva del momento en que emergieron, Wallace y Sanders tienen en común dos aspectos singulares:

El primero, es la convicción  de que sólo a través de reformas profundas, se avanzará hacia el bienestar de todos y cada uno de los grupos de la sociedad sin distinguir las estructuras elitistas y segregaciones propias de aquella realidad. Eso se llama en Europa socialdemocracia, y de momento parece sensato como programa político para los norteamericanos.

Lo segundo es el contexto histórico. Henry Wallace ejerció sus funciones públicas en momentos de crisis: una depresión económica nunca antes vivida en el capitalismo de esa parte del siglo XX, y luego la amenaza de una conflagración mundial desde oscuros discursos de odio y violencia fascista. Por su lado, Sanders es parte de una realidad que también habita un entorno amenazado por crisis únicas: cambio climático y pandemia sanitaria, y también la proliferación de prácticas reaccionarias que han vuelto a ser enarboladas por políticos no solo en el  país del norte, sino que en todo el planeta.

Los discursos y las prácticas de estos dos políticos colocaron cuotas de optimismo ante tan inciertas coyunturas. 

A pesar de la bajada de la nominación a la candidatura a la presidencia representando al Partido Demócrata, Sanders, logró al igual que el 2016 un impulso para que surgieran políticos de una nueva generación , una esperanza en tiempos de tanta convulsión, que con sus discursos y gestión alientan a avanzar por mejorar la política. 

Publicado el 24 de abril de 2020 en www.revistadefrente.cl

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