Uno: ¿Qué tiene
que ver un paper publicado a
principios de 2010 por dos destacados economistas del establishment
internacional que han sido desacreditados recientemente y la destitución de un sobresaliente
economista venido a Ministro de Educación del gobierno de derecha chileno?
Los dos casos tienen que ver con la
convicción que genera la técnica como discurso de conocimiento validador de
políticas públicas.
Vamos por parte.
Lo primero se conoce ya como el escándalo “Rogoff
y Reinhart” (Kenneth Rogoff y Carmen Reinhert) y sus antecedentes
están plagados de dudas y contradicción metodológica y los efectos sobre miles
de personas en el mundo, en especial en Europa. En enero de 2010 estos dos investigadores
de la Universidad de Harvard publicaron “Crecimiento
en tiempos de endeudamiento”, un informe sustentado en el estudio en los
efectos que tendría el aumento de gasto público –endeudamiento- sobre el
desarrollo de las economías que la aplican, y el umbral que indicaban era el 90
% del PIB y la baja del crecimiento de esos Estados en un 1% promedio. Lo que
vino después de publicado este informe fue la validación y cita de políticos
conservadores. El discurso cuestionaba el gasto público en los países que están
en etapas de recesión o crisis en las economías de la zona euro. De hecho el Ministro
de Finanzas alemán, Wolfgang Schâuble
recomendó medidas de austeridad extrema en el gasto público no solo de su
gobierno sino que a las economías en crisis como Grecia o España.
Las previsibles consecuencias: miles
de familias afectadas por la ausencia de medidas que les permitan sobrevivir
este período de crisis, cesantía agravada por el paroxismo neoliberal que
“recomendaba” no gastar, al contrario, bajar el gasto público.
El impacto ha sido profundo y sus
efectos en vidas arruinadas aún no cuantificadas.
El segundo caso es el del economista
Harald Beyer, técnico de impecable
trayectoria en casi todos los gobiernos desde la dictadura como un serio y
riguroso investigador que utiliza la ciencia como punta de lanza para proponer
y definir qué y cómo se hace política.
El problema es que en su intento por
definir prioridades y acentuaciones desde la técnica su neutralidad ideológica
le jugó una mala pasada al obviar fiscalizar cuestiones que estaban definidas
en el ordenamiento jurídico: el lucro en las corporaciones que imparten
educación universitaria.
Vino el juego de las alianzas
políticas y la caída en un proceso mediático que dejó un reguero de
recriminaciones entre los bloques de poder del sistema.
Lo significativo es que entre los
que le defienden se destaca justamente su condición tecnocrática como una
cualidad que es despreciada por quienes le han cuestionado, en especial desde
los movimiento sociales.
DOS: Martín
Heidegger se preguntó por la técnica y evidenció que dentro de su estructura
ontológica aplica como el medio para constituir el mundo, transformarlo,
generando consecuencias. La técnica es lo que podríamos identificar como un camino.
La práctica política hegemónica ha
querido hacernos entender que la técnica es un fin en sí misma, sustrayendo la
deliberación pública como un elemento a lo sumo coadyuvante de la técnica
–conocimiento validado de una ciencia o arte –.
Este modelo de gobierno,
tecnocracia, ha hegemonizado la política en los últimos cuarenta años en
nuestro país y gran parte del mundo, desde el ascenso del neoliberalismo.
Pero tarde o temprano el viento
favorable de los tecnócratas tiene que cambiar, y la deliberación política –que
se entiende básicamente como pública y democrática- debe volver a prevalecer.
Los ejemplos que hemos enunciado tal
vez puedan dar pistas de un proceso de transformación de nuestro mundo dándole
esperanza a la nueva generación que está en emergencia en este tiempo.
La técnica no debe estar delante de
la deliberación pública, debe ser la que entregue elementos que sustenten
decisiones, pero no puede ser la decisión. Si el cumplimiento de una
expectativa está por sobre elementos que la técnica pudiera indicar, no quiere
decir que se deba abstener de avanzar en esa línea.
De hecho los dos ejemplos indican
que la técnica neutral es una falacia, una quimera que esconde la parcialidad y
compromiso con un orden, una élite o un interés particular. Los economistas Rogoff y Reinhart han asumido el episodio como un “error” metodológico que
no cambia las conclusiones. Y en el camino de los políticos que los citaron
para mostrar que las medidas de austeridad eran las que correspondían en
tiempos de crisis, significó que las expectativas de la población por medidas
de mitigación de los efectos de la misma
causaron mayor sufrimiento.
Por otro lado, el Ministro
destituido es tanto más elocuente, pues no reconoce error alguno en su gestión,
en tanto que la derecha y algún sector tecnócrata de la Concertación lo apoyan
justamente asumiendo una ética de la neutralidad de parte del “técnico” caído
en desgracia.
Los tiempos van cambiando.
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