Alarma de desastre. Suena una sirena que llega para prevenir del peligro inminente, pues se cierne una catástrofe aun más profunda y duradera de la que vivimos en la última semana, y es la del cataclismo que provoca el neoliberalismo campante, triunfal y oportunista que no dejará pasar la tremenda oportunidad que tiene entre manos.
UNO. Naomi Klein publicó el 2007 un estremecedor ensayo sobre el verdadero rostro de la catástrofe que llega después de la devastación de una nación. “La Doctrina del Shock. El Auge del capitalismo del desastre” (Paidos, 2008) describe los mecanismos del mercado al hacerse de una nación que ha sido barrida por una revuelta o un desastre natural, mostrando la manera en que los economistas y las autoridades implementan una serie de políticas publicas orientadas a desactivar las estructuras económicas y redes de protección que impiden el despliegue total del mercado.
La lógica del modelo, está en la imposibilidad de reacción de las comunidades ante el desastre, el terror sicológico colectivo implora por medidas que entiende dolorosas, pero la mayoría asume como necesarias en aras de la reconstrucción y la normalización.
Jalonadas por una profunda descomposición de una oposición formal y generalmente sumisa ante el escenario donde no puede menos que acompañar las medidas, sumado a un tejido social contemplativo que no logra articular más que la manifestación focalizada y reducida que no rompe el cerco comunicacional oficial, todo esfuerzo queda en el ámbito de la declaración de intenciones sin mayor incidencia en el devenir de los acontecimientos.
Simplemente aterrador.
DOS. Inmediatamente después de la segunda vuelta presidencial, la derecha dura centró su discurso en la carencia de autoridad de parte de la Concertación. Y entiende Autoridad desde la perspectiva del control de las conductas generalmente centrípetas, antisociales o disidentes del acuerdo establecido en el Orden social y jurídico.
Se dijo, que la delincuencia, el desorden y la falta de control de la juventud tenían su origen en una permisividad social y política, con un discurso que desdibuja la potestad de la autoridad en el hogar, la escuela, la universidad, la fábrica o en la calle.
Todo este discurso, muy coherente y necesario para lograr alguna distinción con la administración concertacionista, parecía ser el gran elemento definidor de la administración derechista, pues desde el punto de vista programático, los dos bloques tienen mayores similitudes que diferencias.
Aquello cambió definitivamente la madrugada del 27 de febrero.
Ante la administración entrante se presenta una de las mayores oportunidades para profundizar el modelo de manera tal que no exista ninguna oposición capaz de detenerla. Y hablamos de una radicalización difícil de concebir después de contemplar el legado de los gobiernos de la Concertación que avanzaron hasta donde el pudor les permitió, sin pisotear sus propias contradicciones internas.
Ahora el camino está libre para terminar de cobrar asa hoja en blanco firmada para ser llenada al antojo de la derecha dura.
Codelco, Enap, y unas cuantas más. Flexibilidad laboral, congelamiento del sueldo mínimo, cerco comunicacional más estrecho (es difícil imaginar aquello), aun mayor control y represión de la disidencia social, étnica y política.
Disminución de la red de asistencia de los consumidores, dejándolos, probablemente a la deriva de los intereses del gran mercado.
Desmantelamiento de una red mínima de asistencia social para “liberar” recursos mucho más urgentes en la reconstrucción.
Baja de impuesto a las grandes empresas, pues son ellos los que ayudan a “levantar” el país entregando puestos de trabajos.
Incentivo de la inversión bajando aun más los controles de volúmenes y cargas tributarias restrictivas de la iniciativa de los inversores.
Un programa de gobierno redefinido, sin tapujos reorientado al fortalecimiento del gran empresariado limitando la normativa medioambiental y laboral para facilitar la creación de nuevos empleos.
Y un discurso que se hace a favor de los que alientan el orden y la probidad como una manifestación de sumisión.
TRES. Lunes 1 de marzo. Chile en silencio, contempla imágenes difíciles de explicar. Militares entran en decenas de calles y avenidas vitoreadas por cientos de habitantes hambrientos y desesperados que solo buscan tranquilidad después de la devastación natural. Las imágenes que precedieron son una mezcla de horror sicológico, morbo interesado y presión política. La debilidad de la autoridad saliente está en haber esperado que los hechos se sucedieran, sin imaginar que la misma deficiente red comunicacional que le dio la espalda previo a las elecciones, ahora actuaría de manera distinta. Error. Aparte de otros tantos errores que se pueden explicar por el aturdimiento de la magnitud de la catástrofe natural.
La principal vocera derechista fue la alcaldesa de Concepción (ahora nombrada Intendente de la región). Con tono desafiante y muy consciente de la desesperación que sus palabras generaban en la población que dice proteger y representar, no cesó en llamar a la desobediencia al pedir que faltaba más contingente militar, que el que existía no era suficiente. El paroxismo llegó con las imágenes sombrías de pobladores esperando que hordas de sujetos -tan asustados como ellos- llegaran a saquear sus poblaciones y villas. La alarma se expandió hasta llegar a la Región Metropolitana.
Todo concertado y calculado para que el estado de shock fuera total y sin posibilidad de reacción, se informa el nombre de los nuevos intendentes. Difícil que en otra circunstancia, nombres ligados directamente con la industria más cuestionada, la construcción. Gremio poderoso por sus implicancias en el dinamismo de toda economía, no es menor que un ex presidente de su asociación, y además dueño de una de las constructoras directamente implicadas en edificaciones dañadas en el terremoto, vaya a ser la próxima autoridad regional.
En el tsunami de 2004 en Tailandia, las empresas constructoras fueron las principales beneficiadas en la manera en que se reconstruyó pasando por sobre miles de pescadores que perdieron todo con el agua y después fueron desplazados para la edificación de resorts y hoteles en las zonas que antes existían pueblos de pescadores.
Ahora no es difícil imaginar demoliendo decenas de casas en la zona típica de Santiago poniente y levantando las mismas torres de departamentos que son cuestionadas por una deficiente normativa (para no pedir la autorregulación de las mismas empresas) de edificación antisísmica.
El desastre tendrá efectos impensados para el devenir de millones, mucho más profundo que la misma manifestación del terremoto. El desastre vendrá como una verdadera oleada de saqueadores y especuladores que no tendrán problema en lucrar y hacer lo que se ha hecho en los últimos treinta años: dejar que el mercado sea el amo y señor de nuestros destinos…
UNO. Naomi Klein publicó el 2007 un estremecedor ensayo sobre el verdadero rostro de la catástrofe que llega después de la devastación de una nación. “La Doctrina del Shock. El Auge del capitalismo del desastre” (Paidos, 2008) describe los mecanismos del mercado al hacerse de una nación que ha sido barrida por una revuelta o un desastre natural, mostrando la manera en que los economistas y las autoridades implementan una serie de políticas publicas orientadas a desactivar las estructuras económicas y redes de protección que impiden el despliegue total del mercado.
La lógica del modelo, está en la imposibilidad de reacción de las comunidades ante el desastre, el terror sicológico colectivo implora por medidas que entiende dolorosas, pero la mayoría asume como necesarias en aras de la reconstrucción y la normalización.
Jalonadas por una profunda descomposición de una oposición formal y generalmente sumisa ante el escenario donde no puede menos que acompañar las medidas, sumado a un tejido social contemplativo que no logra articular más que la manifestación focalizada y reducida que no rompe el cerco comunicacional oficial, todo esfuerzo queda en el ámbito de la declaración de intenciones sin mayor incidencia en el devenir de los acontecimientos.
Simplemente aterrador.
DOS. Inmediatamente después de la segunda vuelta presidencial, la derecha dura centró su discurso en la carencia de autoridad de parte de la Concertación. Y entiende Autoridad desde la perspectiva del control de las conductas generalmente centrípetas, antisociales o disidentes del acuerdo establecido en el Orden social y jurídico.
Se dijo, que la delincuencia, el desorden y la falta de control de la juventud tenían su origen en una permisividad social y política, con un discurso que desdibuja la potestad de la autoridad en el hogar, la escuela, la universidad, la fábrica o en la calle.
Todo este discurso, muy coherente y necesario para lograr alguna distinción con la administración concertacionista, parecía ser el gran elemento definidor de la administración derechista, pues desde el punto de vista programático, los dos bloques tienen mayores similitudes que diferencias.
Aquello cambió definitivamente la madrugada del 27 de febrero.
Ante la administración entrante se presenta una de las mayores oportunidades para profundizar el modelo de manera tal que no exista ninguna oposición capaz de detenerla. Y hablamos de una radicalización difícil de concebir después de contemplar el legado de los gobiernos de la Concertación que avanzaron hasta donde el pudor les permitió, sin pisotear sus propias contradicciones internas.
Ahora el camino está libre para terminar de cobrar asa hoja en blanco firmada para ser llenada al antojo de la derecha dura.
Codelco, Enap, y unas cuantas más. Flexibilidad laboral, congelamiento del sueldo mínimo, cerco comunicacional más estrecho (es difícil imaginar aquello), aun mayor control y represión de la disidencia social, étnica y política.
Disminución de la red de asistencia de los consumidores, dejándolos, probablemente a la deriva de los intereses del gran mercado.
Desmantelamiento de una red mínima de asistencia social para “liberar” recursos mucho más urgentes en la reconstrucción.
Baja de impuesto a las grandes empresas, pues son ellos los que ayudan a “levantar” el país entregando puestos de trabajos.
Incentivo de la inversión bajando aun más los controles de volúmenes y cargas tributarias restrictivas de la iniciativa de los inversores.
Un programa de gobierno redefinido, sin tapujos reorientado al fortalecimiento del gran empresariado limitando la normativa medioambiental y laboral para facilitar la creación de nuevos empleos.
Y un discurso que se hace a favor de los que alientan el orden y la probidad como una manifestación de sumisión.
TRES. Lunes 1 de marzo. Chile en silencio, contempla imágenes difíciles de explicar. Militares entran en decenas de calles y avenidas vitoreadas por cientos de habitantes hambrientos y desesperados que solo buscan tranquilidad después de la devastación natural. Las imágenes que precedieron son una mezcla de horror sicológico, morbo interesado y presión política. La debilidad de la autoridad saliente está en haber esperado que los hechos se sucedieran, sin imaginar que la misma deficiente red comunicacional que le dio la espalda previo a las elecciones, ahora actuaría de manera distinta. Error. Aparte de otros tantos errores que se pueden explicar por el aturdimiento de la magnitud de la catástrofe natural.
La principal vocera derechista fue la alcaldesa de Concepción (ahora nombrada Intendente de la región). Con tono desafiante y muy consciente de la desesperación que sus palabras generaban en la población que dice proteger y representar, no cesó en llamar a la desobediencia al pedir que faltaba más contingente militar, que el que existía no era suficiente. El paroxismo llegó con las imágenes sombrías de pobladores esperando que hordas de sujetos -tan asustados como ellos- llegaran a saquear sus poblaciones y villas. La alarma se expandió hasta llegar a la Región Metropolitana.
Todo concertado y calculado para que el estado de shock fuera total y sin posibilidad de reacción, se informa el nombre de los nuevos intendentes. Difícil que en otra circunstancia, nombres ligados directamente con la industria más cuestionada, la construcción. Gremio poderoso por sus implicancias en el dinamismo de toda economía, no es menor que un ex presidente de su asociación, y además dueño de una de las constructoras directamente implicadas en edificaciones dañadas en el terremoto, vaya a ser la próxima autoridad regional.
En el tsunami de 2004 en Tailandia, las empresas constructoras fueron las principales beneficiadas en la manera en que se reconstruyó pasando por sobre miles de pescadores que perdieron todo con el agua y después fueron desplazados para la edificación de resorts y hoteles en las zonas que antes existían pueblos de pescadores.
Ahora no es difícil imaginar demoliendo decenas de casas en la zona típica de Santiago poniente y levantando las mismas torres de departamentos que son cuestionadas por una deficiente normativa (para no pedir la autorregulación de las mismas empresas) de edificación antisísmica.
El desastre tendrá efectos impensados para el devenir de millones, mucho más profundo que la misma manifestación del terremoto. El desastre vendrá como una verdadera oleada de saqueadores y especuladores que no tendrán problema en lucrar y hacer lo que se ha hecho en los últimos treinta años: dejar que el mercado sea el amo y señor de nuestros destinos…
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Un abrazo.