Encuentro de defensores y defensoras de DD.HH. en América Latina: una realidad común, un desafío pendiente


En dos días muchas cosas se pueden expresar de manera directa, sin la mediación de la prensa que muchas veces restringe, edita y parcela la información. Lo primero que nos comunicaron en esa jornada doble del 5 y 6 de diciembre es que estamos viviendo tiempos de transformación que tienen mucho en común en los distintos países de la región. Es casi una reacción reflejo, existen manifestaciones de disidencia y la reacción de la autoridad es generalmente a perseguir y restringir su ocurrencia.
Se reunieron algo más de cien representantes de organizaciones de defensoras y defensores de Derechos Humanos de 14 países de Latino América (inédito en su representación desde México a Chile) en la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina, invitados por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) de dicho país, lugar donde compartieron experiencias de represión y procedimientos de asistencia a otros perseguidos.

En ese marco, se sumaron dramáticos relatos como los de la delegación hondureña quienes denunciaron la matanza de decenas de campesinos en manos de adherentes del nuevo gobierno de derecha y que es la tónica después del golpe de estado del año 2009.
O las exposiciones de la numerosa delegación brasileña que describió las diversas facetas represivas que se dan en sectores populares en la mediática lucha en contra de las organizaciones criminales y que deja numerosas bajas en la población que generalmente nada tiene que ver con los hechos que se persiguen.
Existe, en todo caso, un nuevo impulso para la asistencia de los Derechos Humanos en el continente y tiene que ver también con nuevos fenómenos vinculados a las violaciones de la dignidad de diversos grupos sociales. Primero que todo se habla con claridad de los derechos de género, vinculado a la mujer y las de diversas orientaciones sexuales. Luego las históricas reivindicaciones territoriales de los pueblos originarios. Relacionado con estos grupos, se mencionan casi de manera inmediata los conflictos medioambientales que se empalman tanto en proyectos públicos de gran envergadura, como con emprendimientos de inversores privados que intentan desarrollos en el área de la energía y minería, sin consideración de las realidades étnicas locales.
También destacaron las reivindicaciones políticas y culturales de los grupos afro descendientes.
Por último, se habla de sectores vulnerables en las áreas urbanas: trabajadores, pobladores y estudiantes son una constante, difícilmente pueden ser pasados por alto a la hora de reconocerles como actores relevantes que impulsan cambios políticos en muchos lugares del continente y que son golpeados con procedimientos policiales formales e informales en conjunto con ordenamientos jurídicos que amparan esos hechos y medios de comunicación comprometidos con la voz del poder oficial.
Queda aún pendiente, en el ámbito histórico del movimiento de Derechos Humanos, la búsqueda de justicia para la represión que vivieron la mayoría de las sociedades entre la década de los sesenta y ochenta, teniendo a la vista los disímiles causes que cada experiencia ha tomado, desde el reconocimiento estatal con justicia, pasando por legislaciones de “punto final”, hasta situaciones de olvido, en los casos de algunas sociedades centroamericanas.
Queda medianamente claro que la emergencia de las nuevas urgencias son las que determinan la agenda de la mayoría de las experiencias en el continente y las defensoras y defensores de los Derechos Humanos.
En el mismo marco, la delegación chilena estuvo integrada por tres organizaciones: Defensoría Popular (que su principal orientación ha sido la de denunciar la represión del Estado contra sectores básicamente urbanos, legitimando el derecho a la protesta social y la disidencia política); Observatorio Ciudadano con fuerte presencia, aunque no exclusivamente, en la asistencia legal de las comunidades indígenas en conflictos territoriales con el Estado chileno y finalmente la Corporación Humanas que centran sus esfuerzos en la asistencia en la violencia de género.
Las tres organizaciones propiciaron y firmaron la llamada “Declaración del Encuentro de defensoras y defensores de Derechos Humanos de América Latina” o “Declaración de Buenos Aires” y que en lo medular reconoce los aspectos centrales y coincidentes en las realidades del continente.

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